Señor Galguero!
Señor galguero, he estado hoy sentado esperándole, mientras pasaba el tiempo y el hambre aumentaba. No vino usted, y eso que los que aquí estamos tememos sus pisadas. Podría traernos de esos mendrugos de pan por los que tenemos que pelear, aunque preferiríamos que hubiera para todos, claro.
Hace frío aquí dentro esta noche, y el suelo está húmedo. No puedo sentarme ni puedo echarme, pero por usted, amo mío, esperaré en el frío y sufriré el hambre. La última vez que le vi, vino y se llevó a mi madre. Todavía espero su regreso, pero no ha vuelto. No lo entiendo, señor galguero, porque soy un buen galgo y me esfuerzo todo lo que puedo.
¿Me puede devolver a mi madre, que la echo muchísimo de menos, y ponerla con los que estamos aquí encadenados y entre rejas? ¿Puede devolvérmela, señor galguero, que la echo de menos, y a cambio haré todo por usted? Viene la mañana y es imposible que pueda hacer más frío; mi cuerpo tiembla y me muero de hambre. Me duelen los huesos si intento sentarme, pero por usted, señor galguero, no me quejaré.
Al llegar el amanecer, oigo voces conocidas y chirría la puerta al abrirse. Pienso: “Hoy vamos a jugar”. No entiendo por qué está usted tan enfadado con todos nosotros; su bota ya me ha tirado al suelo más de una vez, y ahora le veo enfadado con la galga blanca guapa de la esquina. Yo no la he visto hacer nada malo, pero, aunque ella está sufriendo, hoy no me toca a mí.
Se abre la puerta y nos mandan a todos meternos en la caja con ruedas. El barro está resbaladizo y cuesta subir al diminuto remolque. Señor galguero, ¿se le olvidó poner una alfombrilla para sentarnos? Por usted, señor, me sentaré con los demás; así, apretándonos, nos abrigamos. Llegamos al campo y es la hora del juego, corremos y buscamos, y nos mandan coger a la liebre que cruza corriendo el campo. A la galga blanca guapa, la que se llevó la bota, le está costando conseguirlo, porque está coja y sangra.
Señor galguero, le oigo reír y animar, y no lo entiendo. Hoy tengo frío, y mucha, mucha hambre. Corremos por el campo y se me hace una eternidad. La galga blanca guapa no ha podido mantener el ritmo y se ha quedado atrás, intentando no perderse. No te han esperado, galga blanca guapa; yo lo he intentado, pero el señor galguero me ha pegado con un palo y estoy tiritando, y ahora tengo que correr más rápido. Lo siento, galga blanca guapa.
Al final de este larguísimo día tengo muchísima hambre, me siento vacío y destrozado, estoy cansado y débil. ¿No corrí lo bastante rápido, amo? Hice todo lo que pude. Volvemos en la caja, sin la galga blanca, y nos tiran a nuestra covacha, con sus cadenas y hierros. Nos tiran una barra de pan que está verdosa y azulada, pero la cogen los más grandes y los más rápidos antes que el resto. Mi hambre sigue ahí.
Señor galguero, que se ríe con los otros hombres, ¿se ha olvidado de mi parte? Me he portado bien hoy, porque no me he quedado atrás, como la galga blanca. Me he portado bien, ¿verdad, señor galguero? No le he cazado yo el almuerzo, pero he corrido cuanto me han permitido mis patas, todo por usted, mi amo. La noche es más fría que ninguna otra noche, y el suelo de fuera está cubierto como de nubes blancas que crujen. Está todo helado, y no he vivido lo bastante para saber qué es esa cosa. Mi madre me lo habría explicado. ¿Dónde se fue, que no ha vuelto? Oigo pisadas otra vez y me encojo con miedo. Espero que traigan comida para mi estómago vacío.
Hoy me toca a mí solo. El señor galguero me agarra por el collar, tira y me da una paliza por no haber sido tan buen galgo como creía. Camino cojeando por la hierba blanca y crujiente y nos adentramos en el bosque. Creo que este es un día especial, porque estamos solos, y espero poder cogerle el almuerzo, si me lo permite mi debilidad. Llegamos a una zona de árboles apartada y huelo un olor que no reconozco, pero me es familiar el cuerpo que hay junto al árbol. Señor galguero, ¿qué hace ahí, puesta de esa forma? Tengo frío y hambre, no sé por qué estamos aquí; huele mal.
El señor galguero me pone un cable alrededor del cuello y yo espero sentado pacientemente, porque quizá hoy el paseo sea más largo. Tirito porque estoy helado y casi no siento mi cuerpo del frío. De pronto ata una cuerda al cable. No lo entiendo, pero el árbol se está acercando, igual que lo tiene cerca la galga del otro árbol. Me veo izado y empiezo a patalear; no puedo apoyar las patas delanteras en el suelo y el cable me está haciendo daño en el cuello. Señor galguero, ¿qué es lo que pasa, que no puedo respirar? Le oigo decir: “toca el piano, galgo”, y no lo entiendo. Él se va, diciendo: “¡Hay muchos más como tú!”
Lo intento, lo intento y lo sigo intentando, pero no puedo alcanzar el suelo. El dolor del cuello es muy intenso y no puedo respirar. El cable me corta la piel. Corre cálida sangre por mi cuello, y me sale también por la boca, ahogándome. Yo fui un buen galgo; me esforcé al máximo, solo que no pude estar a la altura de los otros. Estoy pataleando y mis patas traseras están débiles, porque son lo único que me tiene en pie. Llevo aquí horas; me rindo, señor galguero. Quizá estoy dando la vida por usted.
Cierro los ojos, y en la distancia veo una imagen de lo más hermoso, reluciente y elegante, con un resplandor blanco alrededor. Mira hacia la distancia como la otra que hay en el árbol. Se acerca a mí, cada vez más. Ha vuelto al fin, después de todo, mi madre, mi preciosa madre. Me dice que ya pasó lo malo, que el señor galguero se ha ido y vamos ahora hacia el “puente del arco iris”, donde ya no sufren los galgos, donde somos todos felices y corremos en libertad.
¡Ven a verlo! Cierro los ojos mientras se pone el sol. He luchado todo el día por quedarme con mi amo y ha durado hasta ahora la lucha. Ya soy libre; no siento dolor y mi madre dice que miraremos desde aquí hacia abajo y ayudaremos a la buena gente a intentar salvar a más galgos que necesitan ser rescatados. Seremos como ángeles de la guarda desde lo alto.
Adiós, señor Galguero.
El año pasado se abandonaron más de 50.000 galgos. La crueldad continúa. Mientras siga la caza de liebres con galgos, seguirá la matanza y las cifras crecerán.
“Señores galgueros: tienen las manos manchadas de sangre. El mejor amigo del hombre ¡traicionado por el hombre!
Que el galgo recupere su prestigio y se convierta en la mascota doméstica que merece ser”.